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Las culpables son las putas

  • Aldana Medina
  • 7 jun 2017
  • 2 Min. de lectura

Sonia Sánchez no se presenta. No tiene identidad. Pregunta cómo llamamos a las putas: trola, giro, gato, prostituta. Las mujeres prostituidas están quebradas en su identidad, no son personas, no tienen derechos, son objeto de uso y abuso, primero del Estado, luego de cada uno y cada una de nosotros, de nuestros hermanos, de nuestros amigos, de nuestros padres, párrocos, curas confesores, tíos, abuelos, vecinos. Sonia retrata a la esquina como un campo de concentración donde las putas sobreviven. Mil veces dice puta, nombra y describe las violaciones que sufren las putas. No se calla porque ya estuvo muchos años callada. En el mundo de la prostitución todo está invertido: las culpables son las putas, mientras que a los prostituyentes, mal llamados clientes, nadie los cuestiona. Quizá porque son nuestros amigos, hermanos o conocidos. O porque la sexualidad es algo privado. La voz se pierde. Nunca es sexo lo que se va buscar, es sólo abusar de una mujer, un travesti o una niña.

Todo aquel que se convierte en “la puta de todos y de todas” debe escapar del abuso y lo hace separando la mente del cuerpo. Eso hacía también Sonia. ¿Cuántas veces es abusada una puta en una noche? Treinta veces. Las penetraciones se pagan mil pesos ¿Cuánta plata recaudan por noche si está con treinta hombres? Saquemos cuentas, que da asco pensarlo. Es un gran negocio. La policía presiona a las putas a tener fiolos, para que le pasen una cuota de dinero. A cambio, ellas no van presas. No fue el caso de Sonia. Ella vivió presa 21 días cada vez que la metían en la celda. Hasta que tuvo un fiolo al que rendirle su vida, pero un día se reveló y le pegaron tan fuerte que perdió uno de sus oídos.

La prostitución no es un trabajo. Es violencia, silencio y soledad. Ninguna de esas chicas elige estar ahí. “¿O ustedes creen que la puta es la libertad y la fiesta en persona?”, pregunta Sonia. La dignidad no existe. Hay prostíbulos de mujeres embarazadas (y también sólo de hombres) que cotizan muy alto, y quién sabe sus hijos. Quién sabe a dónde van a parar los bebés de todas esas putas ultrajadas ocho mil veces por año en toda la Argentina.

Sonia nos dice cosas que parecen sacadas de un cuento de terror. Una puta no sabe lo que es el amor o las caricias. No es posible que lo sepa con tanta violencia aplicada en su cuerpo. Sin embargo, Sonia con valor y llanto se reconoció a sí misma, encontró en el lenguaje y en las palabras la forma de expresarse y volver a vivir. Pero está amenazada de muerte porque de ella abusaron poderosos, porque sabe cosas que involucra a muchos y también porque devela a la prostitución como lo que es: violencia y ultraje de derechos. Hoy, y desde hace ocho años que lucha para educar para que no nos convirtamos en los prostituyentes de nadie. Reivindica el amor, para que vivamos la sexualidad desde el amor y no desde el abuso y la humillación que hoy viven miles de mujeres en nuestro país. Y para que nadie quede separado de su cuerpo, sin identidad.


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